¿Por qué prefiero los buses convencionales?
- Christian Barreto P.
- 21 mar 2018
- 2 Min. de lectura
Por mucho que lo intento, a fuerza de no encontrar otro transporte diferente a los buses azules, no logro acostumbrarme al nuevo sistema. Sigo prefiriendo, en algunas ocasiones, el tumulto de los buses tradicionales, la voluntad de sus conductores de no dejar a nadie en el camino; incluso su facilidad de pago en efectivo supera el tedio de buscar una recarga de tarjeta.

¿Pero por qué oponerme al progreso del transporte y seguir confiando en anacronismos? Es probable que me base en una trivialidad, pero sin duda es algo que la mayoría entendería, porque sé que no pocos lo han padecido. Y esto es, como lo mencioné, la búsqueda azarosa de puntos de recarga, las filas a las que esa búsqueda a ratos nos lleva (agravada la situación muchas veces por la prisa), la frialdad del conductor contemporáneo, que al no cobrar por cabeza, pasa indolente, sin disminuir la marcha (o a veces haciéndolo como una burla deliberada) frente al usuario impotente que lo ve alejarse y mira el reloj para darse cuenta horrorizado de que ese era el último servicio y tendrá que volver caminando a casa, o descuadrar el presupuesto semanal en un taxi.
Sumado a la regularidad con que pasan los buses, el nuevo sistema invierte sus principios fundadores "de ser más sencillo, cómodo y ágil para los usuarios" para convertirse en su propio némesis. Sin embargo, no me atrevería a condenar, como por decreto, al nuevo sistema, porque comprendo que otras personas podrían encontrarlo atractivo, incluso absolutamente (poco probable) eficiente.
Mientras todo mejora, esperemos que a paso de atleta, habrá que seguir testeando la paciencia. Eso sí, sin dejar de quejarse cuando así se requiera; demandar un servicio pulcro y apto para todos y todas.
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